@MendozayDiaz

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miércoles, 2 de septiembre de 2015

A favor de la buena educación.

En estas fechas veraniegas en las que los más pequeños de la casa disfrutan de sus vacaciones son muchas las actividades y espectáculos que se organizan en diferentes escenarios. Junto a ellos están sus padres o familiares que hacen todo lo posible para que los niños disfruten de su tiempo libre. Con ello, a veces, la tan maltratada cultura se ve favorecida, así como todos los profesionales que viven en torno a ella. Hasta aquí todo perfecto…

Lo que ya no lo es tanto es la manera que tienen algunos adultos de comportarse en el interior del teatro, cine o sala de espectáculo. El pago de una entrada no da derecho a retomar en cualquier momento la conversación interrumpida en la calle. Tampoco a deslumbrar a los espectadores cercanos con la luz del móvil mientras se wasapea o se consultan las últimas entradas de su red social. Mucho menos a molestar continuamente con el sonido de todo tipo de golosinas y chucherías (frutos secos, patatas…) que traen en su bolsillo. Hay quien no se corta un pelo y al sonar su ruidoso, salsero y prolongado tono del móvil no duda en atender la llamada como si tal cosa, para que todos escuchemos sus intimidades.

La cultura y la buena educación son bienes que se transmiten a través del ejemplo, de enseñar a los niños el respeto por las personas que están encima del escenario, o atendiendo. Es cierto que los niños son espontáneos y se comportan con naturalidad, pero puede transmitírseles, sólo con pequeños gestos, una respetuosa forma de comportarse. Más de un adulto debería darse cuenta del mal ejemplo que puede estar produciendo dando a entender que si se hacen ciertas cosas, todas ellas están permitidas.

Con las nuevas tecnologías estamos ganando muchas posibilidades pero, atención, que si no espabilamos podemos estar perdiendo otras igualmente valiosas como, por ejemplo, la riqueza de una conversación cara a cara, del trato personal. Hace unas semanas, repentinamente, cerró el Café Comercial de Madrid. Uno de mis preferidos para leer y escribir pero, sobre todo, para conversar. Aproveché cualquier excusa para ir o quedar allí, en la Glorieta de Bilbao. Cierro los ojos y recuerdo el ruido de las cucharillas y el olor a "café-café"... y, muy especialmente, las muchas conversaciones que allí disfruté. 

Cada día es más difícil entablar una conversación de manera pausada, larga, y sin interrupciones de sonidos impertinentes; conversar con amigos de una manera distendida y como toda la vida, cara a cara… Parece que el móvil siempre está al acecho para romper cualquier conversación o cualquier silencio. Es tal la voracidad, la sumisión y la dependencia de los móviles (y el negocio que han creado), que la generación actual y la gran mayoría de todos nosotros somos dependientes de este aparato que suena y no deja de sonar, y de condicionar nuestras vidas.

Cuando no es el sonido del wasap es el sms o una llamada. Cuando no es el jefe para darnos algún trabajillo o recordatorio, es la mujer o el marido para saber dónde estás y qué haces; o el hijo o la hija para que les llevemos a algún sitio o para avisar que no vendrán a cenar. Cuando no es otra compañía para ofrecerte un cambio, o el mensaje de la propia diciéndote que la factura acaba de salir y que pronto te la descontarán de la cuenta bancaria; o el compañero que te manda ese vídeo gracioso que quiere compartir contigo.

Vamos a una sociedad de relación móvil, de compartir y hablar por este aparatito que, no lo olvidemos, esconde muchos de nuestros secretos, que dice de nosotros qué es lo que nos gusta o no, a qué hora nos conectamos, por dónde vamos y qué vemos, oímos o leemos, y a quiénes llamamos. Tomemos conciencia y utilicémoslo con sensatez.

Publicado en Diario de León, el 20 de agosto del 2015: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/favor-buena-educacion_1002329.html

martes, 25 de agosto de 2015

Quejicosos.

España se queja sin pausa. Pienso que ningún país en el mundo nos iguala en el per cápita de dicho producto. Un rabioso coro de agresivos lamentos se oye los trescientos sesenta y cinco días del año durante las veinticuatro horas del día. Se quejan los empleados públicos, los mineros, los profesores, los estudiantes, los ganaderos, los artistas, los futbolistas… ¿Me falta alguien? Nuevos quejicosos (“que se queja demasiado, y la mayoría de las veces sin causa” nos recuerda el diccionario)  aparecen, cada día, haciendo difícil mantener actualizada la lista.


Los elementos psicológicos asociados a nuestra proclividad a la queja se encadenan circularmente, dando lugar al siguiente ciclo: insatisfacción malhumorada convertida en queja, queja devenida en protesta ruidosa, protesta traducida en limosneo a “papá Estado”, limosneo manifestado en movilizaciones, movilizaciones dando lugar a soluciones, soluciones causando malhumorada insatisfacción por no ser suficientes, dicha insuficiencia lleva enseguida a una nueva queja, ésta a una nueva protesta, la cual inspira una nueva exigencia que se hace carne en una nueva movilización que produce un nuevo arreglo que termina en una nueva insatisfacción que da lugar a una nueva queja que…..

Nuestra sociedad, tan rica en quejicosos, es entonces una sociedad rica en resentidos, esto es, en subordinados o empleados que no toleran serlo, pero, al mismo tiempo, son incapaces de dejar de serlo. Atrapado en esa pasividad que le impide abandonar su condición, el quejicoso medio suple su falta de energía para emprender algo por su cuenta y así mejorar su situación con un despliegue rabioso y de corto aliento para exigir que las cosas se emprendan por cuenta de terceros. “Alguien” debe financiarnos los estudios, alguien debe asegurarnos nuestros cultivos, alguien debe protegernos de la competencia, alguien debe garantizar nuestros puestos de trabajo, alguien debe subsidiar nuestros productos, y asegurar nuestro modo de vida. Ese “alguien” es el Estado, ese “alguien” somos los demás.

¿Qué sucedería si, por arte de magia, los quejicosos dedicaran la misma cantidad de energía que gastan en la queja examinando cómo salir adelante, hacer mejor su trabajo, hallar medios de colaborar con los demás, de aunar esfuerzos? Esto es, sencillamente, lo que ocurre en otras sociedades que, “casualmente” son las más prósperas. El fulano descontento con su vida y su suerte no pierde mucho tiempo en quejarse (por cierto, está muy mal visto) sino más bien busca modos de emprender algo nuevo en lo que le vaya mejor. Confía en su capacidad personal y no asume que deba ser ayudado a cada paso, como si fuera un inválido. En fin, esto es lo que hay.

domingo, 2 de agosto de 2015

"La muerte de Iván Ilich" de León Tolstoi.

Iván Ilich es un pequeño burócrata que fue educado en su infancia con el ideal de poder alcanzar un puesto dentro del gobierno del imperio zarista. Poco a poco va logrando sus metas, pero al llegar cerca de la posición que siempre ha soñado, se halla de pronto ante las puertas de la muerte. Entonces se va dando cuenta de que su vida ha estado vacía de sentido y de sentimientos. Comprende que sus cargos, su infancia, su matrimonio y su amistades están vacíos de todo sentido. Él está enfermo, va a morir y lo sabe. Entonces es consciente de lo que realmente ha sido su vida, al observarla en contraste contra el negro fondo de la muerte.


miércoles, 29 de julio de 2015

Conversar.

Ayer supe que, repentinamente, cerró el Café Comercial de Madrid. Uno de mis preferidos para leer y escribir pero, sobre todo, para conversar. Aproveché cualquier excusa para ir o quedar allí, en la Glorieta de Bilbao. Cierro los ojos y recuerdo el ruído de las cucharillas y el olor a "café-café"... y, muy especialmente, las conversaciones que allí disfrutaba. 

En su momento me llevé un disgusto cuando cerró el Café Suizo de Granada pero, con el tiempo, experimenté aquello de que "la mancha de la mora con otra verde se quita" y descubrí el Café Comercial en Madrid y el Iruña en Pamplona.

Cada día es más difícil entablar una conversación de manera pausada, larga, y sin interrupciones de sonidos impertinentes; conversar con amigos de una manera distendida y como toda la vida, cara a cara…


Parece que el móvil siempre está al acecho para romper cualquier conversación o cualquier silencio. Es tal la voracidad, la sumisión y la dependencia de los móviles (y el negocio que han creado), que la generación actual y la gran mayoría de todos nosotros somos dependientes de este aparato que suena y no deja de sonar, y de condicionar nuestras vidas.

Cuando no es el sonido del wasap es el sms o una llamada. Cuando no es el jefe para darnos algún trabajillo o recordatorio, es la mujer o el marido para saber dónde estás y qué haces; o el hijo o la hija para que les llevemos a algún sitio o para avisar que no vendrán a cenar. Cuando no es otra compañía para ofrecerte un cambio, o el mensaje de la propia diciéndote que la factura acaba de salir y que pronto te la descontarán de la cuenta bancaria; o el compañero que te manda ese vídeo gracioso que quiere compartir contigo.

Vamos a una sociedad de relación móvil, de compartir y hablar por este aparatito que, no lo olvidemos, esconde muchos de nuestros secretos, que dice de nosotros qué es lo que nos gusta o no, a qué hora nos conectamos, por dónde vamos y qué vemos, oímos o leemos, y a quiénes llamamos.

Un punto para pensar: sensatez.

domingo, 7 de junio de 2015

Hoy Cumplo 50 Años.

La edad no es sino el tiempo de vida de una persona, tan sólo una unidad de medida. Un año se va y llega otro. La vida sigue su imparable curso. El tiempo es breve. Es cierto que, a veces, la edad es algo más que el simple cómputo numérico del curso de la vida y podemos confundirla con ésta, y no es lo mismo. Hoy cumplo 50 años. 
Siento un desajuste entre el tiempo transcurrido –según el calendario- y mi tiempo vivido. Pasó demasiado rápido. Y esta sensación va, inevitablemente, unida a una cierta frustración por no haber aprovechado -mejor- el tiempo. Por ejemplo, esos “trenes” que pasaron, que pude haber tomado y no tomé... “Mística ojalatera” como la llamaba mi amigo Mariano, peligrosa tentación. Ojalá hubiera hecho esto, y lo otro y lo de más allá… Es sano romper con ese círculo vicioso, dañino por paralizante, y en vez de pensar que ahora es tarde, mejor, mucho mejor, es pensar que hoy es siempre todavía.

Experimentado, sentido, que todo puede cambiar en un instante y que nadie me puede garantizar no ser el próximo, desde entonces, intento vivir como si fuera mi último día, cara a Dios y cara a los hombres, porque, realmente, no se ni el día ni la hora. Ahora, por primera vez en mi vida, estoy tomándomelo con más calma. Alcanzada la identidad familiar y profesional otras son, en este tiempo, las prioridades. 

Quiero hacer pero, actualmente, con más orden, con “foco”. De un cierto atolondramiento a la calma. Una cierta liberación del agobiante peso de las rutinas cotidianas porque cuando sentí que podía morir, y pronto, éstas no me acompañaron, y si lo hicieron los recuerdos de las personas que me amaron y que amé, y el sentimiento de haber querido amar más y mejor a mis próximos. Vales lo que eres capaz de dar. El saber perder la vida por los demás. Hacer nuestros los problemas de los demás, de aquellas personas con quienes convivimos. Desde entonces mi relación con la muerte no es complicada, es más bien franca: no te tengo miedo pero no quiero morirme.

Lo que menos me gusta es saber que, en adelante, queda menos. Hasta hace poco siempre pensaba que todavía me quedaban otros tantos años como los que cumplía… A los 50, pensar en que todavía me quedan “otros tantos” es más una ilusión que una probabilidad. Y estas “fechas redondas” son una ocasión para reflexionar, hacer balance, y otear el horizonte…

No me gustan los que presumen de ganadores, los que van de triunfadores por la vida, porque es mentira, sólo que cuando pierden no nos enteramos. Aquí sucede como con los problemas. Hay dos tipos de personas: aquellos que tienen problemas y los cuentan y aquellos que tienen problemas y no los cuentan…

He tenido la suerte de aprender dialogando con personas interesantes. En cierto modo, las personas somos lo que leemos y lo que escuchamos. Lecturas y conversaciones son nuestros principales nutrientes. Por tanto, si leemos buenos libros y procuramos tener buenas conversaciones el resultado será una cabeza "bien amueblada". Hay otras combinaciones posibles pero la más peligrosa es cuando leemos basura y escuchamos basura, porque el resultado será una cabeza llena de... basura. Con todas las consecuencias que ello tiene en nuestra vida y, también (conviene no olvidarlo), en las vidas de las personas con quienes convivimos.

Aprovechar el tiempo y elegir -con criterio- nuestros libros e interlocutores es esencial para una vida lograda. Un gran despilfarro, quizá el más importante, es desperdiciar nuestra existencia. Perder el tiempo en actualizaciones continuas de la lista de experiencias negativas de la vida es el cuento de nunca acabar. El optimismo es una interpretación positiva de nuestra realidad. Aquello del vaso medio lleno o el vaso medio vacío. Y depende, únicamente, de nosotros.

Esforzarse por descubrir más lo positivo que lo negativo e identificar, o esperar, lo mejor a pesar de las “aparentes apariencias”. El optimismo, más allá de la genética, puede adquirirse, con esfuerzo, con lucha. Mediante la repetición de actos o momentos cotidianos de optimismo, intentando buscar y dar lo mejor de sí mismo. Vivimos de proyectos y recuerdos. Y nuestros proyectos sólo serán posibles si dejamos de pensar que son imposibles.

Por último, en demasiadas ocasiones buscamos la felicidad en cosas externas y construimos la vida en torno a realidades que se encuentran fuera de nosotros. Nos olvidamos de construir nuestro interior, que es como los pies sobre los que se apoya toda nuestra existencia. Muchas veces pasamos por alto la ética, los principios y valores, porque estamos ocupados en lograr el oro, la plata o el bronce, al precio que sea necesario. Lo triste es que después de tantos esfuerzos nos damos cuenta del gran vacío al que conduce esa tarea, a la que hemos entregado una parte importante de nuestra vida.

Quizá nuestra auténtica "calidad de vida" dependa de que nos esforcemos por vivir serenamente. Aprovechar el tiempo para pensar en uno mismo y reflexionar. Quizá identifiquemos en qué podemos mejorar en nuestra vida. Por ejemplo, dejar de lado la obsesión por hacer e intentar, simplemente, ser. O hacer menos y ser más. 

En fin, un audaz programa de vida para los próximos… años.

domingo, 5 de abril de 2015

La responsabilidad de dirigir personas.

Gracias a mis amigos del Instituto de Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra he tenido la oportunidad de dialogar con los alumnos del Máster en Gobierno y Cultura de las Organizaciones y con los participantes en la conferencia del Foro Alavés de Empresa y Humanismo.


En ambos casos, una vez más, he tenido la suerte de aprender dialogando con personas interesantes. En cierto modo, las personas somos lo que leemos y lo que escuchamos. Lecturas y conversaciones son nuestros principales nutrientes.

Por tanto, si leemos buenos libros y procuramos tener buenas conversaciones el resultado será una cabeza "bien amueblada". Hay otras combinaciones posibles pero la más peligrosa es cuando leemos basura y escuchamos basura, porque el resultado será una cabeza llena de... basura. Con todas las consecuencias que ello tiene en nuestra vida y, también (conviene no olvidarlo), en las vidas de las personas con quienes convivimos.

Aprovechar el tiempo y elegir -con criterio- nuestros libros e interlocutores es esencial para una vida lograda.

Necesitamos personas dispuestas a ayudar a otras personas a llenar de contenido su trabajo, a entender la utilidad y finalidad de su labor, a colaborar con los demás y a sumar esfuerzos.

El liderazgo no se asume, se consigue. Se lo exigen a quien tiene la responsabilidad de dirigir sus propios colaboradores. Claro que, para ello, es necesario que el directivo forme parte natural del grupo humano que dirige, sea uno más... Uno más que orienta, orienta y orienta...En realidad, un directivo no debería hacer otra cosa que pasarse el día hablando con sus colaboradores. 

¿Qué la organización es muy grande? Pues tendrá que viajar mucho y beber mucha agua, porque la necesitará para seguir hablando, orientando. Sólo así podrá tomar el pulso al día a día del entorno que dirige y adelantarse al cambio. 

El futuro no está, se hace. Y lo hacemos las personas.

Aunque suene a tópico, los colaboradores son la inversión más valiosa de la organización. Son los únicos cuyo techo en valor añadido es, cuando menos, desconocido; claro que también son los más costosos, los más delicados y los más difíciles de rentabilizar...porque hay que hablar con ellos. 

Y algunos directivos están tan preocupados por mandar y tienen tan poca competencia que se han olvidado de hablar, de dirigir a sus colaboradores.

Nos gustan las casas grandes, las empresas grandes, los sueldos... grandes. Bueno, y no sólo en cuestiones materiales: también nos gusta pensar en grande y ser grandes personas.

En la administración de organizaciones, también. Las estrategias han de ser "grandes". En los seminarios de moda se utilizan casos de empresas grandes. Se nos presentan los modelos estereotipados de las grandes empresas multinacionales. Supone un gran esfuerzo adaptarlos a nuestra realidad, evidentemente, más pequeña...

Caballo grande, ande o no ande... La consigna es crecer y crecer, bajo el supuesto amparo de las economías de escala y de la sinergia de las fusiones. A veces, en la búsqueda de lo grande se ignoran las cosas pequeñas que suelen ser el camino prudente, la mejor vía, para alcanzar los grandes logros.

En ocasiones, nos inventamos atajos creativos para soslayar ciertos "detalles"... Nos saltamos principios, experiencia documentada y, a base de grandes zancadas, tropezones y pisotones, pretendemos llegar a-no-se-sabe-bien-dónde pero dejando una estela oscura de malas prácticas.

Olvidamos las pequeñas estrategias, el valor de la comunicación directa, franca y oportuna, del trato humano, del respeto mutuo, de la responsabilidad, del sentido de equipo. Nos apoyamos, demasiado, en la tecnología y cada vez menos en el potencial de una buena conversación, de la emoción, de los sentimientos de nuestros colaboradores.

Las tecnologías de la información nos están abriendo de par en par el mundo de las comunicaciones, nos están llevando a situaciones técnicamente ilimitadas; pero no nos ofrecen más que el soporte. La comunicación en sí queda en nuestra mano. Y hasta que no se demuestre lo contrario, para comunicarse es mejor hablar.

domingo, 22 de marzo de 2015

Hoy es siempre todavía.

El descubrimiento del genoma supuso una nueva etapa en la historia de la ciencia y de la medicina, en el sentido que permitió conocer la información albergada dentro de cada una de las células del ser humano, de la cual se derivan la estructura y funcionalidad de las distintas proteínas. Estas proteínas confieren no solamente la expresión externa del individuo, lo que se denomina fenotipo, sino también la funcionalidad de los distintos órganos y sistemas de las personas.

Desde el punto de vista médico, el conocimiento de los genes y su interrelación con la presencia de determinadas enfermedades ayuda a identificar alteraciones genéticas que predisponen al desarrollo de las mismas. En la misma línea, el conocimiento de estos genes alterados ha permitido la identificación de nuevas estrategias terapéuticas.

Uno de los aspectos del "libro de la vida" que más me ha llamado la atención es el dato de que los hombres somos muy similares unos a otros, con un nivel de homología del 99'99%, y donde las diferencias a nivel de mínimos cambios constituyen únicamente el 0'01%. En este sentido, está claro que, con una carga genética muy similar, son las condiciones personales de cada individuo y la forma en que ejerce su libertad como persona el camino que conduce a las distintas formas de orientar la libertad y el compromiso personal.

Dicho de otro modo: la bondad y la maldad no están incoadas en los genes. Las virtudes humanas no vienen predefinidas a nivel de las unidades que componen el genoma humano, los genes, sino que a partir de contenidos muy similares de genes, es la libertad personal y la integración del individuo en su entorno lo que permite desarrollar las distintas cualidades personales. 

Igualmente el conocimiento del genoma humano y el comprobar que las diferencias entre los distintos individuos no llegan al 0'01%, representan un sólido argumento que echa por tierra las tesis racistas al comprobar que el determinismo biológico no tiene razón de ser ni base científica en la diferenciación étnica. Las distintas personas e individuos que poblamos el planeta, más allá de nuestros rasgos diferenciadores, formamos una gran masa unida por una información genética que compartimos con una similitud prácticamente absoluta.

Sin embargo, no todos los individuos somos iguales, porque, de alguna forma ese 0'01% de diferencia en la secuencia permite la riqueza de expresión fenotípica con la que contamos en el planeta. Asimismo, la información albergada en el genoma queda completamente tamizada con el compromiso personal y la forma de enfrentarse a los desafíos de la vida. En esta línea, el barniz que aporta la cultura y la educación de la persona, como también su adquisición de una escala de valores, enriquece notablemente el contenido estricto de la información contenida en nuestro genoma.

En definitiva, lo que nos clarifica el genoma humano es que las características éticas, las virtudes humanas y la libertad del individuo no vienen regidas por informaciones contenidas a nivel de genoma. A partir de unos datos brutos que pueden constituir el conjunto del genoma, estas cualidades y características personales surgen de la forma en que la cultura, la educación y la integración con el ambiente moldean los aspectos básicos que componen la personalidad humana. No existe un "determinismo genómico" en el concepto global de persona. El compromiso que adquiere el individuo frente a su libertad y la manera de enfrentarse al mundo, es modulado en parámetros que no son biológicos. Afortunadamente.

Buscamos la felicidad en cosas externas y construimos la vida en torno a realidades que se encuentran fuera de nosotros. Nos olvidamos de construir nuestro interior, que es como los pies sobre los que se apoya toda nuestra existencia.



Muchas veces pasamos por alto la ética, los principios y valores, porque estamos ocupados en lograr el oro, la plata o el bronce, al precio que sea necesario. Lo triste es que después de tantos esfuerzos nos damos cuenta del gran vacío al que conduce esa tarea, a la que hemos entregado una parte importante de nuestra vida.

Reconocernos frágiles, vulnerables, es tal vez el primer paso para salir de esta situación. Identificar las tentaciones, las múltiples tentaciones a que nos vemos enfrentados diariamente es otro paso importante.  Igualmente tomar distancia, hacer silencio y cuestionarnos sobre el sentido de lo que hacemos es un hábito que cada día deberíamos intentar desarrollar, con más esfuerzo. Quizá lo más significativo sea aprender a aceptar nuestros errores y los de quienes están a nuestro lado; y aprender a perdonar y a perdonarnos. Hoy es siempre todavía.

Publicado en Diario de León, el sábado 21 de marzo del 2015: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hoy-es-siempre-todavia_965396.html


lunes, 19 de enero de 2015

Huellas, no cicatrices.

Indudablemente, España está viviendo una de las crisis más dramáticas de las últimas décadas, y esta vez nos enfrentamos con una verdadera crisis estructural, no coyuntural. Las cosas no volverán a ser nunca más como antes ya que el trabajo será un bien escaso, los consumidores estarán más informados y formados, serán cada vez más exigentes -implacables si nos equivocamos-  y muy, muy difíciles de fidelizar.

Los empresarios deberían recordar que el coste de mantener a un cliente es notablemente inferior al coste de captar a uno nuevo y que, este último, es, a su vez, inferior al coste de recuperación de un cliente perdido. Hablar de recuperación a estas alturas puede ser utópico si no nos replanteamos nuestros usos y costumbres. Con lo cual ¿por qué no hacer las cosas bien a la primera? ¿por qué no crear en nuestra organización una cultura de servicio que facilite fidelizar a nuestros clientes?

Esto significa contar con colaboradores con actitudes positivas, con ganas, con sentido de la responsabilidad y con formación suficiente para poder comunicar al cliente el servicio que queremos. En tiempos difíciles, quizá más que nunca, el trabajo en equipo es más necesario, que se unan los esfuerzos en una misma dirección. 

Trabajar, efectivamente, en equipo es una ventaja competitiva de las auténticas. De aquí la importancia de analizar por qué no se hace. La realidad nos enseña que trabajar en equipo -como la mayoría de las buenas prácticas- requiere esfuerzo. Y exige cambios (mejoras) a nivel de las personas y de las organizaciones. Implica cooperar, compartir información y tomar decisiones en conjunto. Sin embargo, muchos directivos han sido -y son- educados en la especialización, en el brillo exclusivamente personal y en el convencimiento de que sólo compitiendo se lograrán los mejores resultados.

Egoísmo, ambición, afán de poder, individualismo, competitividad extrema, que no duda en poner el pie encima de otro... son algunos de los calificativos con los que muchos ciudadanos definen a los directivos de muchas organizaciones. Quizá para revertir estas negativas opiniones se ha vuelto a poner el foco en la conveniencia de que los directivos se esfuercen en adquirir y desarrollar otras cualidades como, por ejemplo, el liderazgo basado en principios.

El directivo debe tener la capacidad de estar informado de todo lo relevante para su organización, de trabajar codo con codo con cualquiera. Tiene que saber del negocio y de la empresa, tener metas claras, mantener la política de puertas abiertas y contagiar a sus colaboradores para que estos se adhieran, ojalá con entusiasmo. Por tanto, el directivo, además de tener ciertos conocimientos de la industria o del mercado, debe tener la capacidad para relacionarse y comunicarse -efectivamente- con las personas: clientes, proveedores y, muy especialmente, con su equipo de colaboradores. Su principal tarea es coordinar a las personas a quienes tiene la responsabilidad de dirigir, para lograr los objetivos que se quiere alcanzar. Esto implica tiempo y habilidad para delegar, trabajar en equipo, escuchar a las personas y considerar su participación en la toma de decisiones.

Es probable que, por la velocidad habitual del ajetreo diario que vivimos, haya cosas esenciales que se nos escapan de la conciencia y, sin mala intención, no las advirtamos. Una de ellas es que varios episodios de las personas que conviven con nosotros dependen, en cierto modo, de nosotros, de nuestro comportamiento. Los dolores que causa una pareja, un hijo, un padre... son dolores existenciales que desvían la trayectoria de unas vidas que podrían haber tenido un cauce más feliz; el abandono o la indiferencia de quienes necesitan nuestro cariño deja huellas que no se borran ni cicatrizan fácilmente.

Pero tampoco se nos debe escapar que episodios, tal vez claves, de la biografía de seres menos próximos (compañeros de trabajo, por ejemplo) también pasan por nuestras manos. Acciones u omisiones -nuestras- que no han sido indiferentes en esas historias que en un momento han convergido con la historia personal. Un silencio cómplice, una actuación injusta, un mal ejemplo puede dejar marcas, cicatrices... Como también una palabra acertada, una muestra de cariño desinteresado, una mano que se tendió en el momento oportuno, un ejemplo positivo pueden haber contribuido -de modo que jamás sabremos- a hacer de esas vidas algo mejor de lo que hubieran sido. Son las huellas.

Nadie escribe a solas su biografía. Influimos, visible o invisiblemente, de una manera consciente o inadvertida, en las vidas ajenas. Atención a esta realidad, y esforcémonos por dejar huellas y no cicatrices: también en los equipos de los que formamos parte y/o tenemos la responsabilidad de dirigir.


Publicado, hoy, lunes 19 de enero del 2015, en Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/huellas-no-cicatrices_950448.html

viernes, 9 de enero de 2015

Compartir para ganar.

Nos gustan las casas grandes, las empresas grandes, los sueldos... grandes. Bueno, y no sólo en cuestiones materiales: también nos gusta pensar en grande y ser grandes personas.

En la administración de organizaciones, también. Las estrategias han de ser "grandes". En los seminarios de moda se utilizan casos de empresas grandes. Se nos presentan los modelos estereotipados de las grandes empresas multinacionales. Supone un gran esfuerzo adaptarlos a nuestra realidad, evidentemente, más pequeña... Caballo grande, ande o no ande. La consigna es crecer y crecer, bajo el supuesto amparo de las economías de escala y de la sinergia de las fusiones. A veces, en la búsqueda de lo grande se ignoran las cosas pequeñas que suelen ser el camino prudente, la mejor vía, para alcanzar los grandes logros.

En ocasiones, nos inventamos atajos creativos para soslayar ciertos "detalles"... Nos saltamos principios, experiencia documentada y, a base de grandes zancadas, tropezones y pisotones, pretendemos llegar a-no-se-sabe-bien-dónde pero dejando una estela oscura de malas prácticas. Olvidamos las pequeñas estrategias, el valor de la comunicación directa, franca y oportuna, del trato humano, del respeto mutuo, de la responsabilidad, del sentido de equipo. Nos apoyamos, demasiado, en la tecnología y cada vez menos en el potencial de una buena conversación, de la emoción, de los sentimientos de nuestros colaboradores.

Un amigo me sugirió que para ser grande el mejor camino es cuidar las cosas pequeñas. También en las organizaciones. Y una vía para identificarlas es aprendiendo de los demás. Independientemente de anglicismos, la palabra “benchmarking” expresa sencilla y llanamente “aprender de los otros”, una acción habitual en nuestras vidas. En muchas ocasiones comparamos nuestra forma de actuar con la de otros que, pensamos, se desenvuelven de una mejor manera. Este proceso de comparación competitiva tiene la esencia de esta palabra mágica.

Pero cualquier organización y/o persona es un centro de realidad diferente, fruto de una historia de aprendizaje y de un entorno coyuntural. Por tanto, toda la información y las conclusiones a las que este proceso nos pueda llevar se desarrollarán por aplicación y no por extrapolación. Las experiencias son irrepetibles pero sus prácticas y estrategias pueden señalarse en contextos distintos.

Quizá por la escasa tradición que existe al aplicar esta herramienta de identificación de buenas prácticas se encuentran dificultades para la puesta en marcha de un proceso de “benchmarking”. La ocultación de lo que se hace es un defecto habitual de nuestra forma de actuar. La visión de espionaje y de la copia suele sobreponerse a una visión de compartir para discutir y entresacar las ideas básicas de este fondo de conocimiento común en que consiste cualquier disciplina, y sobre todo aquellas en las que las variables psicosociales son tan importantes. 

La falta de rigor cuantitativo es otro problema destacable. Lógicamente esta función está mediatizada por el enfoque cualitativo básico inherente a la actividad de muchas organizaciones. Sin embargo, debemos esforzarnos para buscar parámetros y ratios significativos de nuestra gestión. El discurso cuantitativo posibilita un mayor avance conceptual y podemos desarrollar más la práctica si somos capaces de traducirlos en índices comparativos.

Es fundamental desarrollar el aprendizaje de conocimientos enfocado más que hacia las habilidades hacia la forma de obtenerlas. Cuando hablamos de prácticas nos referimos a cómo conseguir que se lleven a cabo ciertos procesos. El objetivo es aplicar estos “cómos” en situaciones diversas.

No se trata de mirar a la organización de al lado. Tampoco de copiar una gestión que haya demostrado su validez. Ni siquiera es necesario introducir infiltrados en la competencia. El “benchmarking” pone las cosas más fáciles a las organizaciones que buscan  en las experiencias ajenas una inspiración para trazar las líneas maestras de sus modelos de actuación. En una época en la que parece que no queda nada por inventar, las organizaciones que se distinguen por sus buenas prácticas recurren al intercambio de información para ponerse al día y desarrollar nuevas ideas que van más allá de la pura retórica. Compartir para ganar.

Publicado, hoy, viernes 9 de enero del 2015, en Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/compartir-ganar_948066.html

sábado, 27 de diciembre de 2014

¡Si se puede...!

Durante los últimos meses, casi todos los periódicos han publicado en sus suplementos de fin de semana algún artículo o reportaje sobre el aumento de las enfermedades psiquiátricas por exceso de trabajo. Ya no son enfermedades como úlceras, gastritis o cefaleas, sino serios trastornos psicosomáticos como las depresiones.

Las causas de este tipo de enfermedades, en muchos casos, se encuentran en la enorme presión social y laboral que se ejerce en los colaboradores de muchas organizaciones. Ahora con la crisis más, pero antes también.

La presión por cumplir los objetivos, por ganar una compensación extraordinaria, la ambición legítima por un ascenso que supondrá un mayor sueldo y un mayor reconocimiento social, pretensiones muy legítimas que pueden desequilibrar nuestra vida.

Como dicen los economistas el tiempo es un bien escaso. Quizá el más escaso de todos, y desde luego de los pocos que no se pueden comprar. El tiempo es breve.

El manejo efectivo del tiempo es un factor clave para que una persona viva una vida digna de tal nombre. Interesarse por el buen uso del tiempo no es sólo una moda sino una necesidad. Una óptima gestión del tiempo aumenta la capacidad de hacer más cosas, y mejor. Y, muy importante, disminuye tensiones innecesarias en la vorágine actual. 

Suele ocurrir que, en el dinamismo de nuestras vidas, tengamos una lista interminable de tareas y no sepamos por dónde empezar. El éxito laboral es estimulante, eleva el nivel de aspiración y conduce a dedicar más y más horas al trabajo.

Sin embargo, pone en marcha un círculo vicioso que tiene varias consecuencias: Primera, el creciente número de horas dedicadas al trabajo produce estrés, con la consecuente atrofia afectiva. Segunda, el poco tiempo dedicado a la familia y la atrofia afectiva empobrecen la relación familiar y desencadenan tensiones entre sus miembros. Tercera, la persona que cae en esta adicción sufre por dentro el conflicto que nace de saber que no está cumpliendo con su familia. Y cuarta, la falta de armonía entre trabajo y familia daña a ambos. 

La persona es una. Una vida familiar pobre y cargada de tensiones afecta también a la eficacia en el trabajo y a su lado humano.

Este círculo vicioso puede tener efectos irreversibles y conducir a rupturas familiares. Quienes se dan cuenta a tiempo pueden salir de este círculo. Si eres capaz de ver el carácter prioritario de la vida familiar estarás bien encaminado para reorganizar tu tiempo, aprovecharlo, y mejor asumir las responsabilidades, en armonía contigo mismo y con tus seres queridos.

Es posible la armonía entre trabajo y familia, si se puede…Una vida agitada no es más que la parodia de una vida intensa. A la larga, quienes nos dejamos picar por el bicho de la prisa o de la falsa eficacia terminamos dominados por las situaciones y por las circunstancias, en vez de dominarlas. Nos dejamos arrastrar por los hechos exteriores sin darnos espacios para que las cosas decanten; juzgamos y decidimos con precipitación.

Tenemos que aprender a defendernos de la aceleración creciente que hoy se quiere imprimir al trabajo y, desde luego, a la vida de familia. Para descubrir el encanto escondido de las relaciones humanas y del trato cordial es preciso desacelerarse, conquistar un mínimo de paz interior, perder el miedo a que el silencio sea un invitado inquietante, y hacerse tiempo para ponderar lo que nos ocurre y lo que ocurre a nuestro alrededor.

Las cosas importantes piden reposo para considerarlas pausadamente, con oído imparcial. Y las personas no abrimos nuestra intimidad a quienes tienen puesta su cabeza en la acción o en el paso siguiente. Las relaciones superficiales no permiten sino amistades superficiales, relaciones de ocasión, amores superficiales.

Quizá nuestra auténtica "calidad de vida" dependa de que nos esforcemos por vivir serenamente.

Feliz Año 2015.

Publicado, hoy, sábado 27 de diciembre del 2014, en Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/si-puede-hellip_945443.html 

sábado, 30 de agosto de 2014

La ética de todos los días.

Existe un amplio consenso al afirmar que esta crisis se ha producido por una combinación de desenfoques y errores técnicos, y de faltas éticas. 

Ello ha puesto de manifiesto tres carencias básicas, que están en el origen de la misma: la de reglas adecuadas para regir el mercado global, especialmente el financiero; la de instituciones con capacidad suficiente para garantizar su buen funcionamiento y, finalmente, la carencia ética, sin la que esta crisis no se habría producido del modo como lo ha hecho.

Una teoría excesivamente permisiva con los mecanismos propios del mercado ha favorecido un relajamiento de las más elementales normas que guían la asunción y evaluación de riesgos; pero, a su vez, esa relajación no ha sido exclusivamente técnica, sino también propiciada por una serie de comportamientos que manifiestan fallos éticos.

Una crisis es siempre una ocasión de revisión y mejora que no puede ser desaprovechada. En este sentido hay que tener en cuenta dos peligros: el primero, nacido de la inercia, del miedo al cambio y de los intereses particulares en juego, es tratar de volver cuanto antes a la situación anterior, como si nada hubiera pasado. Este riesgo está mucho más extendido de lo que pensamos y puede limitar en gran medida la oportunidad de mejora.

El segundo riesgo consiste en pensar que la situación puede resolverse únicamente con medidas de política económica, tales como una mejor regulación de los mercados, una revisión de los métodos de evaluación de riesgos, un grado mayor de cobertura por parte de los bancos y, en su caso, las necesarias medidas de ajuste estructural.

Además de que todos nos esforcemos por debatir, encontrar y aplicar las medidas técnicas y políticas necesarias, la crisis actual denota quiebras económicas, éticas, antropológicas y culturales sobre las que es necesario reflexionar en profundidad.

Nuestro mundo, en el que todas las personas buscamos vivir con dignidad y paz, está sometido a mecanismos que generan desigualdades graves entre personas, regiones y países; a una lucha constante por mantener ventajas competitivas frente a otros; al afán de poder económico y político; a una cultura de “suma cero”, en la que no todos salen ganando, sino que unos ganan a cuenta de lo que otros pierden. 

Más allá de que se puedan (y deban…) aplicar medidas técnicas y políticas, la superación de los obstáculos mayores se obtendrá gracias a decisiones esencialmente éticas. La credibilidad ha pasado a ser uno de los aspectos fundamentales de la relación del individuo con la sociedad. Se trata, en definitiva, de la confianza que tiene el ser humano en sus semejantes e instituciones con quienes se relaciona.


No se trata del aspecto formal de estas relaciones, que pueden estar reguladas por leyes o por acuerdos privados entre las partes, sino de la convicción íntima de las personas que sus derechos serán respetados y que los compromisos adquiridos se van a cumplir. La importancia de la credibilidad es mucha. 

Desde el punto de vista económico, la falta de credibilidad incrementa los costes. Por ejemplo, la falta de confianza en las personas y en las empresas, lleva a la necesidad de constatar la identidad y solvencia financiera de los clientes, de tal manera, que cada día son más las empresas dedicadas a proveer este servicio.

Si no hay credibilidad en la justicia, se buscan mecanismos de solución alternativos al sistema judicial. La falta de credibilidad en la política y en los políticos ha llevado a que muchos ciudadanos no tengan interés en participar, ni siquiera votando. La gente normal ve a los políticos lejos de la realidad; y muchas de sus acciones, aun siendo legales, se perciben como poco éticas. Es el caso de los conflictos de intereses. La falta de una clara regulación de los grupos de presión (que de hecho existen en forma de asesores o relaciones públicas) es el origen de muchos de los desaguisados de nuestra actualidad.

La responsabilidad política como asunto de ética no se considera. Las dimisiones son rarísimas y casi nadie asume responsabilidades por la función que desempeña. En la opinión de la gente, la credibilidad o la falta de ella, se forma lentamente en el tiempo y generalmente no está asociada a un suceso específico, sino a un cúmulo de acontecimientos o detalles que alimentan la confianza o desconfianza.

Casi siempre que hablamos de ética nos referimos a asuntos actuales de carácter político o económico, o a la ética de los otros… Rara vez a nuestras actividades cotidianas. Ser ético es ser una persona en quien se pueda confiar. Luchar por vivir sin dobleces, sin justificar nuestras acciones cuando sean malas. Al pan, pan, al vino, vino… Ésta es la ética de todos los días, la cotidiana, la que debemos cuidar prioritariamente porque con nuestras pequeñas acciones contribuimos -o no- a generar una cultura de confianza, de respeto a los demás.

Es muy fácil asentir a grandilocuentes propuestas de regeneración ética para tal o cual institución u organización. Y no tanto responsabilizarse de la propia vida, y cuidar el impacto de nuestras acciones en otras personas. Estaremos contribuyendo a la verdadera regeneración si nos esforzamos por mejorar las relaciones con las personas con quienes habitualmente convivimos, luchando por ser más sinceros, más honrados, más responsables, más trabajadores, más serviciales, más cariñosos…Nosotros primero.

Publicado, hoy, 30 de agosto del 2014 en Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/etica-todos-dias_916912.html 

domingo, 10 de agosto de 2014

Para comunicarse lo mejor es hablar.

Hace tiempo que la última revolución tecnológica, la de las tecnologías de la información, nos está lanzando un mensaje al que parecemos estar haciendo oídos sordos. La mecanización ha marcado un camino de no retorno: que las máquinas hagan de máquinas para que las personas empiecen a ejercer de personas.

Dicen algunos que internet puede acabar con las relaciones interpersonales. No sé. De momento, gracias al correo electrónico, se están volviendo a escribir cartas. 

Las cartas son mejores que el teléfono en algunos aspectos: normalmente están más y mejor pensadas, se leen cuando conviene o interesa, son más profundas, van al tema y permiten relecturas que son como conversaciones repetidas con matices diferentes al son de cada nueva revisión.

El teléfono gana en inmediatez y agilidad, goza de la frescura de la palabra hablada, de los colores de la voz y el tono. 

¿Y la imagen? También está resuelto por las mencionadas tecnologías de la información: basta con tener un ordenador (o teléfono) con cámara y ya estás en videoconferencia con tu interlocutor, o sea, ves con quien hablas. Todo resuelto.

¿Todo? ¿Y el calor? ¿Y el ambiente, el tono de las relaciones, los latidos del corazón, el pulso del día a día, las sonrisas, la pasión de las personas? 

Ésa parece ser la función que el mundo moderno deja para los buenos dirigentes, la de hacer que las personas se conozcan, se ayuden, colaboren y trabajen en equipo. En equipos cuyos integrantes están y estarán separados por miles de kilómetros aunque puedan estar virtualmente juntos.

Con este panorama necesitamos personas dispuestas a ayudar a otras personas a llenar de contenido su trabajo, a entender la utilidad y finalidad de su labor, a colaborar con los demás y a sumar esfuerzos.

El liderazgo no se asume, se consigue. Se lo exigen a quien tiene la responsabilidad de dirigir sus propios colaboradores. Claro que, para ello, es necesario que el directivo forme parte natural del grupo humano que dirige, sea uno más... Uno más que orienta, orienta y orienta...En realidad, un directivo no debería hacer otra cosa que pasarse el día hablando con sus colaboradores. 

¿Qué la organización es muy grande? Pues tendrá que viajar mucho y beber mucha agua, porque la necesitará para seguir hablando, orientando. Sólo así podrá tomar el pulso al día a día del entorno que dirige y adelantarse al cambio. 

El futuro no está, se hace. Y lo hacemos las personas.

Aunque suene a tópico, los colaboradores son la inversión más valiosa de la organización. Son los únicos cuyo techo en valor añadido es, cuando menos, desconocido; claro que también son los más costosos, los más delicados y los más difíciles de rentabilizar...porque hay que hablar con ellos. 

Y algunos directivos están tan preocupados por mandar y tienen tan poca competencia que se han olvidado de hablar, de dirigir a sus colaboradores.

Nos gustan las casas grandes, las empresas grandes, los sueldos... grandes. Bueno, y no sólo en cuestiones materiales: también nos gusta pensar en grande y ser grandes personas.

En la administración de organizaciones, también. Las estrategias han de ser "grandes". En los seminarios de moda se utilizan casos de empresas grandes. Se nos presentan los modelos estereotipados de las grandes empresas multinacionales. Supone un gran esfuerzo adaptarlos a nuestra realidad, evidentemente, más pequeña...

Caballo grande, ande o no ande... La consigna es crecer y crecer, bajo el supuesto amparo de las economías de escala y de la sinergia de las fusiones. A veces, en la búsqueda de lo grande se ignoran las cosas pequeñas que suelen ser el camino prudente, la mejor vía, para alcanzar los grandes logros.

En ocasiones, nos inventamos atajos creativos para soslayar ciertos "detalles"... Nos saltamos principios, experiencia documentada y, a base de grandes zancadas, tropezones y pisotones, pretendemos llegar a-no-se-sabe-bien-dónde pero dejando una estela oscura de malas prácticas.

Olvidamos las pequeñas estrategias, el valor de la comunicación directa, franca y oportuna, del trato humano, del respeto mutuo, de la responsabilidad, del sentido de equipo. Nos apoyamos, demasiado, en la tecnología y cada vez menos en el potencial de una buena conversación, de la emoción, de los sentimientos de nuestros colaboradores.

Las tecnologías de la información nos están abriendo de par en par el mundo de las comunicaciones, nos están llevando a situaciones técnicamente ilimitadas; pero no nos ofrecen más que el soporte. La comunicación en sí queda en nuestra mano. Y hasta que no se demuestre lo contrario, para comunicarse es mejor hablar.

Publicado, hoy, 10 de agosto del 2014, en Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/comunicarse-mejor-es-hablar_912299.html

jueves, 24 de julio de 2014

Aprovechar las vacaciones.

Como dicen los economistas el tiempo es un bien escaso. Quizá el más escaso de todos, y desde luego de los pocos que no se pueden comprar. El tiempo es breve.


El manejo efectivo del tiempo es un factor clave para que una persona viva una vida digna de tal nombre. Una óptima gestión del tiempo aumenta la capacidad de hacer más cosas, y mejor. Y, muy importante, disminuye tensiones innecesarias en la vorágine actual. Suele ocurrir que, en el dinamismo de nuestras vidas, tengamos una lista interminable de tareas y no sepamos por dónde empezar. 

Una vida agitada no es más que la parodia de una vida intensa. A la larga, quienes nos dejamos picar por el bicho de la prisa o de la falsa eficacia terminamos dominados por las situaciones y por las circunstancias, en vez de dominarlas.

Nos dejamos arrastrar por los hechos exteriores sin darnos espacios para que las cosas decanten; juzgamos y decidimos con precipitación. Tenemos que aprender a defendernos de la aceleración creciente que hoy se quiere imprimir al trabajo y, desde luego, a la vida en familia. 

Para descubrir el encanto escondido de las relaciones humanas y del trato cordial es preciso desacelerarse, conquistar un mínimo de paz interior, perder el miedo a que el silencio sea un invitado inquietante, y hacerse tiempo para ponderar lo que nos ocurre y lo que ocurre a nuestro alrededor. Las cosas importantes piden reposo para considerarlas pausadamente.

Por tanto, interesarse por el buen uso del tiempo no es sólo una moda sino una necesidad. Está comprobado que la capacidad del ser humano para prestar atención a un asunto va disminuyendo conforme pasa el tiempo. La intensidad con la que desempeñamos las tareas habituales también disminuye, y se hace imprescindible disfrutar de unos días de vacaciones para después retomar nuestras ocupaciones con mayor fuerza física y despeje mental.

A veces, algunas personas no encuentran el momento para ausentarse por una temporada debido a la enorme cantidad de trabajo que les rodea. Para superar esta limitación hay dos elementos fundamentales: la planificación de los deberes y obligaciones, y la delegación de funciones. La combinación de ambas puede liberar a la persona de la excesiva carga de trabajo que soporte.

Es muy importante preparar las vacaciones para aprovecharlas mejor. Durante este tiempo de descanso debe prohibirse -absolutamente- realizar cualquier tarea relacionada con el trabajo: no llamadas a la oficina, no cargarse con documentos para leer, no emplear ese tiempo en pensar o escribir sobre algún proyecto. Con toda seguridad, la organización podrá seguir funcionando sin peligro de quiebra, a pesar de nuestra ausencia.  Humildad: todos somos necesarios pero ninguno imprescindible.

Hay que aprovechar las vacaciones para leer distendidamente, y sin prisas, sobre asuntos distintos a los que dedicamos nuestra atención el resto del año: novela, ensayo, teatro, poesía… Afortunadamente, la variedad literaria es amplia e interesante. También es la mejor época para pasar más tiempo con la familia y los amigos.

A veces, se está tan absorbido por el trabajo que se descuida una actividad fundamental en nuestras vidas: escuchar y aprender de las personas con quienes convivimos. Hablar, relajadamente, sin un tema fijo, “perder el tiempo” en conversar es enriquecedor y abre nuevos horizontes. 

Dedicar tiempo a construir relaciones, especialmente, con nuestra pareja, con nuestros hijos y con nuestros amigos: las personas no abrimos nuestra intimidad a quienes tienen puesta su cabeza en la acción o en el paso siguiente. Las relaciones superficiales no permiten sino amistades superficiales, relaciones de ocasión, amores superficiales. 

Quizá nuestra auténtica "calidad de vida" dependa de que nos esforcemos por vivir serenamente. Aprovechar el tiempo para pensar en uno mismo y reflexionar. Quizá identifiquemos en qué podemos mejorar en nuestra vida. En fin, en vacaciones debemos dejar de lado la obsesión por hacer e intentar, simplemente, ser. 

O hacer menos y ser más.

Publicado, hoy, 24 de julio del 2014 en Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/aprovechar-vacaciones_907643.html

domingo, 15 de junio de 2014

Cosas pequeñas.

Nos gustan las casas grandes, las empresas grandes, los sueldos... grandes. Bueno, y no sólo en cuestiones materiales: también nos gusta pensar en grande y ser grandes personas.
En la administración de organizaciones, también. Las estrategias han de ser "grandes". En los seminarios de moda se utilizan casos de empresas grandes. Se nos presentan los modelos estereotipados de las grandes empresas multinacionales. Supone un gran esfuerzo adaptarlos a nuestra realidad, evidentemente, más pequeña...
Caballo grande, ande o no ande... La consigna es crecer y crecer, bajo el supuesto amparo de las economías de escala y de la sinergia de las fusiones.
A veces, en la búsqueda de lo grande se ignoran las cosas pequeñas que suelen ser el camino prudente, la mejor vía, para alcanzar los grandes logros.
En ocasiones, nos inventamos atajos creativos para soslayar ciertos "detalles"... Nos saltamos principios, experiencia documentada y, a base de grandes zancadas, tropezones y pisotones, pretendemos llegar a-no-se-sabe-bien-dónde pero dejando una estela oscura de malas prácticas.
Olvidamos las pequeñas estrategias, el valor de la comunicación directa, franca y oportuna, del trato humano, del respeto mutuo, de la responsabilidad, del sentido de equipo. Nos apoyamos, demasiado, en la tecnología y cada vez menos en el potencial de una buena conversación, de la emoción, de los sentimientos de nuestros colaboradores.

 Un amigo me dijo que para ser grande el mejor camino es cuidar las cosas pequeñas.

También en las organizaciones.


jueves, 15 de mayo de 2014

La actitud de las personas marca la diferencia.

La diferencia entre los países pobres y los ricos no es la antigüedad del país. Así, India y Egipto tienen miles de años de antigüedad y son pobres. Por el contrario, Australia y Nueva Zelanda tienen poco más de cien años y son países desarrollados.
La diferencia entre países pobres y ricos tampoco está en los recursos naturales con que cuentan. Japón tiene un territorio muy pequeño, el ochenta por ciento es montañoso y, sin embargo, es una potencia económica mundial.
Su territorio es como una inmensa fábrica flotante que recibe materiales de todo el mundo y los exporta transformados. Básicamente, así logra su riqueza.
También contamos con el ejemplo de Suiza, sin océano y con una de las flotas navieras más importantes del mundo. En sus pocos miles de kilómetros cuadrados, pastorea y cultiva sólo durante cuatro meses al año (el resto es crudo invierno) pero produce productos lácteos de la mejor calidad.
Tampoco la inteligencia es la diferencia. Tenemos muchos ejemplos de estudiantes de países muy pobres que emigran a países ricos y obtienen excelentes resultados en su educación.
Entonces ¿qué es lo que marca la diferencia?... La actitud de las personas.
Tan sencillo como observar y analizar el comportamiento humano: orden, honradez, responsabilidad, esfuerzo, trabajo, ambición, respeto...
Por tanto, cada uno de nosotros tiene la oportunidad de contribuir de manera clara a una sociedad mejor: identificando y siendo más responsables y esforzados en el cumplimiento de nuestras obligaciones.
Y las autoridades, el deber de crear las condiciones sociales, políticas, culturales y económicas que faciliten el desarrollo de las personas, de los ciudadanos.


lunes, 21 de abril de 2014

Huellas no cicatrices.

Es probable que, por la velocidad habitual del ajetreo diario que vivimos, haya cosas esenciales que se nos escapan de la conciencia y, sin mala intención, no las advirtamos.

Una de ellas es que varios episodios de las personas que conviven con nosotros dependen, en cierto modo, de nosotros, de nuestro comportamiento.

Los dolores que causa una pareja, un hijo, un padre... son dolores existenciales que desvían la trayectoria de unas vidas que podrían haber tenido un cauce más feliz; el abandono o la indiferencia de quienes necesitan nuestro cariño deja huellas que no se borran ni cicatrizan fácilmente.

Pero tampoco se nos debe escapar que episodios, tal vez claves, de la biografía de seres menos próximos (compañeros de trabajo, por ejemplo) también pasan por nuestras manos.

Acciones u omisiones -nuestras- que no han sido indiferentes en esas historias que en un momento han convergido con la historia personal.

Un silencio cómplice, una actuación injusta, un mal ejemplo puede dejar marcas, cicatrices... Como también una palabra acertada, una muestra de cariño desinteresado, una mano que se tendió en el momento oportuno, un ejemplo positivo pueden haber contribuido -de modo que jamás sabremos- a hacer de esas vidas algo mejor de lo que hubieran sido. Son las huellas.

Nadie escribe a solas su biografía. Influimos, visible o invisiblemente, de una manera consciente o inadvertida, en las vidas ajenas.

Atención a esta realidad, y esforcémonos por dejar huellas y no cicatrices.

lunes, 7 de abril de 2014

¡Si se puede...!

El éxito laboral es estimulante, eleva el nivel de aspiración y conduce a dedicar más y más horas al trabajo.

Sin embargo, pone en marcha un círculo vicioso que tiene varias consecuencias: 

Primero, el creciente número de horas dedicadas al trabajo produce estrés, con la consecuente atrofia afectiva.

Segundo, el poco tiempo dedicado a la familia y la atrofia afectiva empobrecen la relación familiar y desencadenan tensiones entre sus miembros.

Tercero, la persona que cae en esta adicción sufre por dentro el conflicto que nace de saber que no está cumpliendo con su familia.

Y cuarto, la falta de armonía entre trabajo y familia daña a ambos. 

La persona es una. Una vida familiar pobre y cargada de tensiones afecta también a la eficacia en el trabajo y a su lado humano.

Este círculo vicioso puede tener efectos irreversibles y conducir a rupturas familiares. 

Quienes se dan cuenta a tiempo pueden salir de este círculo.

Si eres capaz de ver el carácter prioritario de la vida familiar estarás bien encaminado para reorganizar tu tiempo, aprovecharlo, y mejor asumir las responsabilidades, en armonía contigo mismo y con tus seres queridos.

Es posible la armonía entre trabajo y familia. Pero como decía la señora Eustasia "hijo, actualiza tu lenguaje, ahora se dice ¡si se puede...!".

sábado, 5 de abril de 2014

Comunicar, comunicar...

Unos de los principales motivos de estrés laboral son la falta de información y la información contradictoria.

Nuestros colaboradores están diciendo que necesitan la información hoy, porque mañana esa información -quizás- se habrá quedado anticuada; están diciendo que la información tiene que adaptarse a sus necesidades específicas porque si no no les interesa, por inútil.

Todavía hoy, en el tiempo de las tecnologías de la información, hay organizaciones que continúan "comunicando" a través de circulares en papel, de periodicidad mensual... Suelen ser las mismas empresas que se lamentan de la escasa productividad de su gente... Increíble pero cierto.

Tengo mis dudas sobre que esta forma de actuar haya sido adecuada en el pasado, ya que el tiempo siempre ha sido valioso pero, desde luego, hoy sería un despropósito.

Para competir con posibilidades de éxito las organizaciones deben atribuir a la comunicación interna la importancia que se merece. La información ha de concebirse como una actividad que favorece la creatividad y no como una tarea burocrática.

La comunicación es un poderoso agente de cambio, una fuente de mejora continua y un catalizador del movimiento de la organización.

Y, por último, relevante, las organizaciones deben comunicarse coordinadamente con sus colaboradores, clientes y proveedores. La contradicción suele generar confusión y ésta se paga con costosas ineficiencias.

martes, 11 de marzo de 2014

Aprender dialogando con personas interesantes.

El jueves 6 de marzo estuve, en la #UNAV, con los alumnos del Máster en Dirección de Personas en las Organizaciones, y con los alumnos del Programa de Excelencia de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales.


En cierto modo, las personas somos lo que leemos y lo que escuchamos. Lecturas y conversaciones son nuestros principales nutrientes.

Por tanto, si leemos buenos libros y procuramos tener buenas conversaciones el resultado será una cabeza "bien amueblada". 

Hay otras combinaciones posibles pero la más peligrosa es cuando leemos basura y escuchamos basura, porque el resultado será una cabeza llena de... basura. 

Con todas las consecuencias que ello tiene en nuestra vida y, también (conviene no olvidarlo), en las vidas de las personas con quienes convivimos.

Aprovechar el tiempo y elegir -con criterio- nuestros libros e interlocutores es esencial para una vida lograda.

En fin, todo esto como reflexión al hilo de mi agradecimiento por la oportunidad que he tenido de aprender dialogando con personas interesantes.

domingo, 23 de febrero de 2014

Coloquio en el Instituto de Empresa y Humanismo de la UNAV.

El viernes 21 de febrero tuve un coloquio, en Pamplona, con los alumnos del Máster en Gobierno y Cultura de las Organizaciones del Instituto de Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra. 


Hablamos de la dirección de personas en las organizaciones y de cómo lograr que los directivos se responsabilicen en el proceso de convertir a sus empleados en colaboradores.

Feliz domingo.