@MendozayDiaz

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viernes, 7 de agosto de 2015

“Filandón negro (cinco cuentos y medio)” de Fernando Montes Pazos.

Tengo una buena opinión del autor de este libro. Le he visto tres veces en mi vida, y sólo en dos tuve la oportunidad de hablar con él y, en otra, de escucharle. La primera en el instituto del que es profesor de inglés, en su calidad de tutor del grupo de uno de mis hijos. La segunda, cuando nos presentó el editor Héctor Escobar (siempre tan atento, tan amable) en la Librería Universitaria de León y ambos caímos en la cuenta de que ya nos conocíamos y hablamos de mi hijo y de nuestras inquietudes literarias (de las suyas y de las mías porque las de mi hijo están por concretarse…). Y, la tercera, me lo encontré interviniendo como orador en un acto de apoyo a Ramiro Pinto que es el prologuista de esta obra. 

De esos encuentros, espaciados en el tiempo, concluí que se trata de un hombre inteligente, discreto, de trato agradable, y mucho sentido común. Después de leer su libro, también buen escritor.

En una de mis periódicas visitas a la Librería Universitaria me encontré con su “Filandón negro (cinco cuentos y medio)”, lo ojeé y me lo anoté en mi lista de libros interesantes, pendientes de leer. Y, en este mes de agosto, llegó el momento.


Una delicia. Muy bien escrito. Historias ingeniosas, bien contadas, con ritmo. Y mucha ironía, retranca y fino sentido del humor. Como advierte Ramiro Pinto en el prólogo, Fernando Montes nos hace cosquillas con sus palabras. Y mucho más.

Algunas historias son tan interesantes, tan originales, tienen tanto potencial que, perfectamente, hubieran sido el argumento de varias novelas. Pero no voy a tomar partido sobre si es mejor el cuento o la novela, ni -mucho menos- sobre cuál “es más”. Ni estoy preparado ni me interesan este tipo de disquisiciones. Me basta con recomendar a mis amigos la lectura de este libro que también etiqueto en “Gente Interesante” porque, en mi opinión, su autor pertenece a este tipo -tan escaso- de personalidades.

A disfrutarla.

domingo, 2 de agosto de 2015

"La muerte de Iván Ilich" de León Tolstoi.

Iván Ilich es un pequeño burócrata que fue educado en su infancia con el ideal de poder alcanzar un puesto dentro del gobierno del imperio zarista. Poco a poco va logrando sus metas, pero al llegar cerca de la posición que siempre ha soñado, se halla de pronto ante las puertas de la muerte. Entonces se va dando cuenta de que su vida ha estado vacía de sentido y de sentimientos. Comprende que sus cargos, su infancia, su matrimonio y su amistades están vacíos de todo sentido. Él está enfermo, va a morir y lo sabe. Entonces es consciente de lo que realmente ha sido su vida, al observarla en contraste contra el negro fondo de la muerte.


sábado, 1 de agosto de 2015

A favor de proteger la cultura... y de practicarla.

En estas fechas veraniegas en las que los más pequeños de la casa disfrutan de sus vacaciones son muchas las actividades y espectáculos que se organizan en diferentes escenarios.

Junto a ellos están sus padres o familiares que hacen todo lo posible para que los niños disfruten de su tiempo libre. Con ello, a veces, la tan maltratada cultura se ve favorecida, así como todos los profesionales que viven en torno a ella. Hasta aquí todo perfecto…

Lo que ya no lo es tanto es la manera que tiene algunos adultos de comportarse en el interior del teatro, cine o sala de espectáculo. El pago de una entrada no da derecho a retomar en cualquier momento la conversación interrumpida en la calle. Tampoco a deslumbrar a los espectadores cercanos con la luz del móvil mientras se wasapea o se consultan las últimas entradas de su red social.

Mucho menos a molestar continuamente con el sonido de todo tipo de golosinas y chucherías (frutos secos, patatas…) que traen en su bolsillo. Hay quien no se corta un pelo y al sonar su ruidoso, salsero y prolongado sonido del móvil no duda en atender la llamada como si tal cosa, para que todos escuchemos sus intimidades.


La cultura y la buena educación son bienes que se transmiten a través del ejemplo, de enseñar a los niños el respeto por las personas que están encima del escenario, o atendiendo. 

Es cierto que los niños son espontáneos y se comportan con naturalidad, pero puede transmitírseles, sólo con pequeños gestos, una respetuosa forma de comportarse. Más de un adulto debería darse cuenta del mal ejemplo que puede estar produciendo dando a entender que si se hacen ciertas cosas, todas ellas están permitidas.

Demos los mayores el ejemplo adecuado. La cultura hay que reivindicarla y protegerla, pero también hay que practicarla.


miércoles, 29 de julio de 2015

Conversar.

Ayer supe que, repentinamente, cerró el Café Comercial de Madrid. Uno de mis preferidos para leer y escribir pero, sobre todo, para conversar. Aproveché cualquier excusa para ir o quedar allí, en la Glorieta de Bilbao. Cierro los ojos y recuerdo el ruído de las cucharillas y el olor a "café-café"... y, muy especialmente, las conversaciones que allí disfrutaba. 

En su momento me llevé un disgusto cuando cerró el Café Suizo de Granada pero, con el tiempo, experimenté aquello de que "la mancha de la mora con otra verde se quita" y descubrí el Café Comercial en Madrid y el Iruña en Pamplona.

Cada día es más difícil entablar una conversación de manera pausada, larga, y sin interrupciones de sonidos impertinentes; conversar con amigos de una manera distendida y como toda la vida, cara a cara…


Parece que el móvil siempre está al acecho para romper cualquier conversación o cualquier silencio. Es tal la voracidad, la sumisión y la dependencia de los móviles (y el negocio que han creado), que la generación actual y la gran mayoría de todos nosotros somos dependientes de este aparato que suena y no deja de sonar, y de condicionar nuestras vidas.

Cuando no es el sonido del wasap es el sms o una llamada. Cuando no es el jefe para darnos algún trabajillo o recordatorio, es la mujer o el marido para saber dónde estás y qué haces; o el hijo o la hija para que les llevemos a algún sitio o para avisar que no vendrán a cenar. Cuando no es otra compañía para ofrecerte un cambio, o el mensaje de la propia diciéndote que la factura acaba de salir y que pronto te la descontarán de la cuenta bancaria; o el compañero que te manda ese vídeo gracioso que quiere compartir contigo.

Vamos a una sociedad de relación móvil, de compartir y hablar por este aparatito que, no lo olvidemos, esconde muchos de nuestros secretos, que dice de nosotros qué es lo que nos gusta o no, a qué hora nos conectamos, por dónde vamos y qué vemos, oímos o leemos, y a quiénes llamamos.

Un punto para pensar: sensatez.

martes, 30 de junio de 2015

"El abuelo que saltó por la ventana y se largó".

La semana pasada, en la tienda del aeropuerto, me encontré con la edición de bolsillo de este libro. Le había echado el ojo desde que supe de su publicación en el año 2009, de su éxito en ventas (seis millones de ejemplares) y los ecos del estreno de su adaptación cinematográfica, el año pasado. 


Jonas Jonasson ha escrito una historia extremadamente audaz e ingeniosa, capaz de sorprender constantemente al lector; pero, el verdadero regalo, es su personaje protagonista, Allan Karlsson, un hombre de un maravilloso sentido común, un abuelo sin prejuicios que no está dispuesto a renunciar al placer de vivir.

Momentos antes de que empiece la pomposa celebración de su centésimo cumpleaños, Allan Karlsson decide que nada de eso va con él. Vestido con su mejor traje y unas pantuflas, se encarama a una ventana y se fuga de la residencia de ancianos en la que vive, dejando plantados al alcalde y a la prensa local. 

Sin saber adónde ir, se encamina a la estación de autobuses, el único sitio donde es posible pasar desapercibido. Allí, mientras espera la llegada del primer autobús, un joven le pide que vigile su maleta, con la mala fortuna de que el autobús llega antes de que el joven regrese y Allan, sin pensarlo dos veces, se sube con la maleta, ignorante de que en el interior de ésta se apilan millones de coronas de dudosa procedencia. 

Pero Allan Karlsson no es un abuelo fácil de amilanar. A lo largo de su centenaria vida ha tenido un montón de experiencias de lo más singulares: desde inverosímiles encuentros con personajes como Franco, Stalin o Churchill, hasta amistades comprometedoras como la esposa de Mao, pasando por actividades de alto riesgo como ser agente de la CIA o ayudar a Oppenheimer a crear la bomba atómica. Sin embargo, esta vez, en su enésima aventura, cuando creía que con su jubilación había llegado la tranquilidad, está a punto de poner todo el país patas arriba.

En fin, Allan Karlsson y un grupo de personajes que se suman a su aventura se ven metidos en una rocambolesca historia de tintes policiacos y esperpénticos.

Tras la inundación de libros policiacos nórdicos, la crítica literaria encajó bien la publicación de un libro humorístico que, además, dicen, quiso ser una desenfadada radiografía del carácter de los suecos. La crítica del autor a muchos ámbitos de la cultura, la religión y la política no es nunca ácida; el retrato que hace de algunos vicios sociales y del carácter de los suecos se puede considerar amable.

Su argumento es, desde el principio, ciertamente disparatado, y quizás aquí radique en parte su éxito, pues ya en las primeras páginas asistimos a una concatenación de divertidos sucesos que se salen de lo normal. Cien años de peripecias del protagonista, a cual más disparatada e increíble, se transforman en una historia surrealista y, a veces, absurda pero muy divertida, adictiva.

Una vida “explosiva”, original y sorprendente. La historia avanza a buen ritmo y los personajes están bien perfilados. A mitad de la novela el protagonista me enganchó y comenzó a contar con mi simpatía.

El único “pero” son algunos nombres de personas y ciudades, todos suecos, que me recuerdan los productos de Ikea…

Una recomendable lectura de verano.

lunes, 8 de junio de 2015

Restituir no está pasado de moda.

El intercambio de bienes y servicios, desde las simples formas del trueque hasta los sofisticados mercados, se sostiene por el respeto a las leyes y por el cumplimiento de nuestros compromisos (habitualmente contratos).

Voluntaria o involuntariamente, todos estamos expuestos a perjudicar a los demás en su persona, en su propiedad, en sus expectativas. Y esto, en lo poco o en lo mucho, en transacciones comerciales o en las mil circunstancias de la vida ordinaria.

El restablecimiento de la equidad violada no es solamente un problema jurídico. Es una exigencia de nuestra naturaleza humana ante el mal cometido.

En la cultura occidental el tema de la restitución siempre ha sido un componente esencial de la ética que sustenta la convivencia humana. Restituir no está pasado de moda.

domingo, 7 de junio de 2015

Hoy Cumplo 50 Años.

La edad no es sino el tiempo de vida de una persona, tan sólo una unidad de medida. Un año se va y llega otro. La vida sigue su imparable curso. El tiempo es breve. Es cierto que, a veces, la edad es algo más que el simple cómputo numérico del curso de la vida y podemos confundirla con ésta, y no es lo mismo. Hoy cumplo 50 años. 
Siento un desajuste entre el tiempo transcurrido –según el calendario- y mi tiempo vivido. Pasó demasiado rápido. Y esta sensación va, inevitablemente, unida a una cierta frustración por no haber aprovechado -mejor- el tiempo. Por ejemplo, esos “trenes” que pasaron, que pude haber tomado y no tomé... “Mística ojalatera” como la llamaba mi amigo Mariano, peligrosa tentación. Ojalá hubiera hecho esto, y lo otro y lo de más allá… Es sano romper con ese círculo vicioso, dañino por paralizante, y en vez de pensar que ahora es tarde, mejor, mucho mejor, es pensar que hoy es siempre todavía.

Experimentado, sentido, que todo puede cambiar en un instante y que nadie me puede garantizar no ser el próximo, desde entonces, intento vivir como si fuera mi último día, cara a Dios y cara a los hombres, porque, realmente, no se ni el día ni la hora. Ahora, por primera vez en mi vida, estoy tomándomelo con más calma. Alcanzada la identidad familiar y profesional otras son, en este tiempo, las prioridades. 

Quiero hacer pero, actualmente, con más orden, con “foco”. De un cierto atolondramiento a la calma. Una cierta liberación del agobiante peso de las rutinas cotidianas porque cuando sentí que podía morir, y pronto, éstas no me acompañaron, y si lo hicieron los recuerdos de las personas que me amaron y que amé, y el sentimiento de haber querido amar más y mejor a mis próximos. Vales lo que eres capaz de dar. El saber perder la vida por los demás. Hacer nuestros los problemas de los demás, de aquellas personas con quienes convivimos. Desde entonces mi relación con la muerte no es complicada, es más bien franca: no te tengo miedo pero no quiero morirme.

Lo que menos me gusta es saber que, en adelante, queda menos. Hasta hace poco siempre pensaba que todavía me quedaban otros tantos años como los que cumplía… A los 50, pensar en que todavía me quedan “otros tantos” es más una ilusión que una probabilidad. Y estas “fechas redondas” son una ocasión para reflexionar, hacer balance, y otear el horizonte…

No me gustan los que presumen de ganadores, los que van de triunfadores por la vida, porque es mentira, sólo que cuando pierden no nos enteramos. Aquí sucede como con los problemas. Hay dos tipos de personas: aquellos que tienen problemas y los cuentan y aquellos que tienen problemas y no los cuentan…

He tenido la suerte de aprender dialogando con personas interesantes. En cierto modo, las personas somos lo que leemos y lo que escuchamos. Lecturas y conversaciones son nuestros principales nutrientes. Por tanto, si leemos buenos libros y procuramos tener buenas conversaciones el resultado será una cabeza "bien amueblada". Hay otras combinaciones posibles pero la más peligrosa es cuando leemos basura y escuchamos basura, porque el resultado será una cabeza llena de... basura. Con todas las consecuencias que ello tiene en nuestra vida y, también (conviene no olvidarlo), en las vidas de las personas con quienes convivimos.

Aprovechar el tiempo y elegir -con criterio- nuestros libros e interlocutores es esencial para una vida lograda. Un gran despilfarro, quizá el más importante, es desperdiciar nuestra existencia. Perder el tiempo en actualizaciones continuas de la lista de experiencias negativas de la vida es el cuento de nunca acabar. El optimismo es una interpretación positiva de nuestra realidad. Aquello del vaso medio lleno o el vaso medio vacío. Y depende, únicamente, de nosotros.

Esforzarse por descubrir más lo positivo que lo negativo e identificar, o esperar, lo mejor a pesar de las “aparentes apariencias”. El optimismo, más allá de la genética, puede adquirirse, con esfuerzo, con lucha. Mediante la repetición de actos o momentos cotidianos de optimismo, intentando buscar y dar lo mejor de sí mismo. Vivimos de proyectos y recuerdos. Y nuestros proyectos sólo serán posibles si dejamos de pensar que son imposibles.

Por último, en demasiadas ocasiones buscamos la felicidad en cosas externas y construimos la vida en torno a realidades que se encuentran fuera de nosotros. Nos olvidamos de construir nuestro interior, que es como los pies sobre los que se apoya toda nuestra existencia. Muchas veces pasamos por alto la ética, los principios y valores, porque estamos ocupados en lograr el oro, la plata o el bronce, al precio que sea necesario. Lo triste es que después de tantos esfuerzos nos damos cuenta del gran vacío al que conduce esa tarea, a la que hemos entregado una parte importante de nuestra vida.

Quizá nuestra auténtica "calidad de vida" dependa de que nos esforcemos por vivir serenamente. Aprovechar el tiempo para pensar en uno mismo y reflexionar. Quizá identifiquemos en qué podemos mejorar en nuestra vida. Por ejemplo, dejar de lado la obsesión por hacer e intentar, simplemente, ser. O hacer menos y ser más. 

En fin, un audaz programa de vida para los próximos… años.